jueves, julio 25, 2013

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Mario tiene 85 años y vive en un elegante asilo de ancianos. Cada noche, después de la cena, se sienta en el gran salón del hogar para recordar su vida y sus logros. Una noche, Juana, de su misma edad, se le acerca y comienzan a conversar. La charla dura horas, hasta que Mario sorprende a su interlocutora:
- ¿Sabés qué es lo que más me gusta de la vida? El sexo.
- ¡Ja ja ja! Pero sin «ayudín» no podrías hacer nada, y acá no te dan la pastillita azul porque podría hacerte mal al corazón...
- Ya sé, ya sé... Pero he encontrado amigas que han hallado gran placer, y lo han dado, tocándome las partes íntimas. ¿Vos no harías eso por mí?
Juana lo piensa un momento y, sin decir palabra, abre el cierre del pantalón de Mario y procede a acariciarlo. 
Después de esa experiencia, acuerdan verse cada noche en ese rincón del salón para charlar y para practicar esa actividad extracurricular. 
Hasta que una noche Juana llega, busca a Mario y no lo encuentra. Durante varios días no lo ve. Pregunta al personal qué pasa con él y le dicen que está recluido en su habitación. Juana sube al cuarto de Mario, golpea y entra. Para su sorpresa lo ve acostado con otra residente haciendo con él lo que ella practicaba hasta pocas noches atrás. Enfurecida, grita:
- ¡Traidor, pensé que lo nuestro iba en serio! ¿Se puede saber qué tiene esta vieja que no tenga yo?
Mario, con una sonrisa beatífica, responde:

- Mal de Parkinson...

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